Vidas erráticas

Son los años cincuenta en una ciudad italiana de provincias con cines, paseos y amores imposibles. La ciudad crece en la periferia, como crecen también los jóvenes amigos del narrador, un Celati inspiradísimo que compone tres historias memorables que se leen como una sola novela de iniciación.

Extraordinario libro, en ambos sentidos: excelente pero también singular, fuera de lo común, y tan fácil de leer como difícil de olvidar. Divertidísimos a la vez que entrañables, los personajes están dibujados con pulso maestro en dos trazos, pero resulta imposible olvidarlos. Recuerdan a Bartleby, aquella creación de Melville: preferirían siempre no hacer nada.

Pucci y su madre, Zoffi el filósofo de estanco y héroe moderno, el escritor Tritone. Chicos gordos y nómadas, chicos flacos convertidos en golfos de billar... La concesión del Premio Viareggio a esta obra sólo ratificó lo que muchos lectores ya sabían: Vidas erráticas es la gran obra de madurez de uno de los mayores escritores europeos de este cambio de siglo.

Leído en la prensa

«Relatos que recuerdan a Zavattini o al Fellini de Amarcord, pero que contienen la voz inconfundible de Celati, el mayor narrador italiano vivo, el más inclasificable.» Marco Belpoliti, L’Espresso 

«Celati cree que la narrativa es un ejercicio oral y que lo valioso de los libros se encuentra en las palabras “vivas” de la gente, que logran cobrar vida en el oído del lector. Por eso Vidas erráticas resulta un admirable catálogo de voces, de acentos y de interjecciones, desplegado a lo largo de tres relatos protagonizados por jóvenes de un pueblo italiano en los años cincuenta. Con un toque felliniano, Celati presenta a sus personajes a base de escuetos diálogos y silencios. Nos trasmite el desamparo hambriento de la juventud, ese estado de fiebre. El escritor italiano quiere traspasara sus palabras la experiencia, dejar algo que suene por sí mismo sin remitirnos a nada más. Celati es implacable y a la vez imparcial con sus personajes. En estos relatos hay más astucia que nostalgia.» El País

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