
El librero de París y la princesa rusa
París, a comienzos de los años 60; donde se encuentran una noble de origen ruso alejada de su familia y un elegante librero del barrio judío, del Marais. Ninguno de los dos es joven ya, pero tampoco lo son los libros que ambos aman. ¿Ficción o realidad? Lo cierto es que, en esta ocasión, no importa la respuesta, a pesar de que el virtuosismo de la narradora nos hace creer todo el tiempo que estamos ante un fragmento de realidad, de su propia vida, un capítulo más de su existencia. Por encima de cualquier intento de verosimilitud, la verdad, una suerte de verdad que resulta atemporal según avanzamos en la lectura, y que nos lleva incluso hasta el pasado más remoto, se impone en cada página de esta extraordinaria novela corta. Como el amor al misterio y a la belleza, a toda clase de belleza.
He aquí un fragmento de la novela: «Lo más seguro es que estábamos enfrascadas en una de aquellas conversaciones nuestras sobre caderas anchas o estrechas, poetas revolucionarios y contrarrevolucionarios de la vieja Francia o, tal vez, la estúpida guerra fría entre Rusia y mi país, cuando entró en el restaurante —quedaban siete días para la desaparición de la Princesa— el Librero con un pequeño paquete en las manos».
