A toda vela

Lydia Clame tiene treinta años y ya no se siente joven. Pero, quizás por primera vez, está enamorada. Eso sí, de un hombre más joven que ella y que tal vez no la corresponda, demasiado ocupado en vivir los beneficios de su clase y de su sexo, incluso de su aparentemente descuidado atractivo. Lo mismo en un partido de tenis que en un casino francés.

Aunque la señorita Clame vive en los años de satisfacción de la Belle Époque, en pleno desarrollo de las vanguardias artísticas y literarias, tras la Primera guerra mundial, todavía no habita un entorno totalmente moderno. A pesar de que ella misma es culta y carece, aparentemente, de complejos, ese entorno, el hábitat de toda una «fauna» de personajes memorables, todos de buenas familias y sin ocupaciones muy claras; ese entorno, decíamos, se impone sobre ella, parece presionarla, como si quisiera doblegar sus deseos y su espíritu libre y, hasta cierto punto, autosuficiente.

La señorita Clame no tiene miedo, al contrario que algunas de sus amigas, a convertirse en una «solterona», pues la belleza que encuentra en mucho de lo que la rodea, y en los libros que ama, la salvan de la realidad más prosaica… Hasta que llegan las cuentas de los administradores de su herencia.





 

 

Leído en la prensa

«Una novela portentosa que retrata a toda una clase social y a toda una generación de mujeres que aún no vivían verdaderamente en nuestro siglo.» Virginia Woolf

«El lector ríe, pero también siente tristeza frente a la vanidad o el amor extemporáneo de la protagonista, una doña Rosita british, que crece como personaje al mostrar la verdad de sus sentimientos.» Marta Sanz

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