Una cena en casa de los Timmins

El señor Fitzroy Timmins y señora viven en Lilliput Street, una coqueta callecita cerca de Hyde Park. Es un vecindario muy refinado, y no es necesario decir que son de buena familia. Especialmente la señora Timmins, que es de Suffolk y pariente lejano del honorable conde de Bungay.

Como cree que su cariñoso marido, que tiene un despacho de abogados más o menos próspero, nada en la abundancia, por una vez dejó de ser la poeta de los versos imposibles, de las rimas inverosímiles, y decidió organizar una cena con lo más exclusivo de la vieja sociedad londinense. Sí, quiso demostrar que en su pequeño pero confortable hogar de dos salones podía celebrar la mejor velada de la ciudad.

¿Veinte personas en una mesa donde tan sólo caben diez? ¿Qué hacer con las viejas amistades si no están «a la altura»? ¿Cómo proceder con los familiares menos favorecidos? ¿Y cómo conseguir vajilla para tanta gente? ¿Y el servicio? ¿Cocinero y mayordomo de alquiler entonces? Ay, las ínfulas de Rosa Timmins no pertenecen sólo a aquella época, son también de la nuestra, quizá de alguno de nuestros vecinos, de alguno de nuestros conocidos.

Chesterton decía que no puedes leer una página de Thackeray sin esbozar una sonrisa: aquí tienen los lectores un buen número de ellas. Es más, muchas veces no son sólo sonrisas, sino pura risa. La risa de aquel tiempo y de este tiempo. La buena literatura de cualquier época, ya lo sabemos, nos habla, sobre todo, de nuestro presente.

Leído en la prensa

«Una lectura deliciosa.» Andrés Amorós, Libertad Digital

«(...) Esta misma cena se podría estar celebrando junto a nuestra casa en pleno siglo XXI. Ya se sabe: la lucha por aparentar lo que no se es no ha disminuido ni un gramo.» Ada Castells, La Vanguardia

«Es lo que consiguen los grandes de la literatura: hacer que sus escritos se conviertan en ucrónicos y atraigan de la misma manera a hombres y mujeres de cualquier época. Esa es la virtud de los clásicos.» Manuel Pecellín, Hoy

«Una sátira muy aguda que refleja sin clemencia la cara más ridícula de la relamida sociedad de la época.» Elena Méndez, La Voz de Galicia

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