Un inconveniente

Un inconveniente comienza con la imagen de una mujer sentada cerca de una ventana abierta, en su tocador azul y blanco… a principios del siglo XX.

Cholmondeley (léase Chumly) contrapone dos estereotipos femeninos: el de Lady Mary Carden, rubia, elegante, delicada, correcta, cariñosa, dulce, intachable, religiosa, treintañera, y el de Elsa Grey, muy joven, morena, esbelta, hosca, impenetrable, proveniente de una familia problemática, turbia y seductora, con un punto salvaje. Mary y Elsa se ven complicadas en una trama sentimental, cuyos hilos forman triangulaciones posibles.

En apenas cinco o seis momentos impecables por su economía, por su medida de las palabras y por su intensidad sensorial, la mirada autocrítica de la autora, su bisturí, saca a la luz, entre los corsés y faldones, las escondidas entrañas –dignas de piedad pero también de recriminación– de mujeres diferentes.

Incluso en la constatación de esa diferencia la modernidad de la autora es apabullante. Cholmondeley no aborda una feminidad única. Su mirada no simplifica… El lector contemporáneo deberá decidir quién es la víctima y quién el verdugo.

Mary se dijo: «He de defenderme». Pero ¿contra qué, contra quién? La rabia había dejado su lugar a la pena.

«Cholmondeley sumerge al lector en un clima de densísimo voltaje emocional, y se revela, de paso, como una extraordinaria anatomista del amor y una agudísima conocedora de la psique femenina.» Carles Barba, Qué leer

Leído en la prensa

«El relato merece figurar entre los mejores salidos de la escuela jamesiana. Con lenguaje distanciado y analítico, lleno de veladuras, la autora sugiere la impugnación de todo un orden social, sin caer en la denuncia furibunda o el patetismo victimista. Por eso su discurso emancipador, aunque soterrado, es efectivo. Un inconveniente recrea la atmósfera opresiva que rodeaba a las mujeres casaderas en un mundo donde los errores o los deslices eran irreparables e incluso hereditarios. Para ellas, al margen de las ensoñaciones románticas, el matrimonio se ofrecía como un medio paradójico de conseguir cierta independencia. Cholmondeley, que la ganó sin dejar de ser soltera, lo sabía mejor que nadie.» Ignacio F. Garmendia, Diario de Sevilla

«Cholmondeley trabaja a partir de la tesis de que el amor es un valor de cambio. Retrata la necesidad de las mujeres de ajustarse a un ideal tan enmohecido y hueco como el del amor romántico. Retrata la conciencia de esa podredumbre y el querer mirar hacia otra parte: las mentiras y autojustificaciones que brotan, como un chorro, de la asunción de una frase hecha que ya nada significa, pero a la que hay que someterse si se quiere ser alguien, si se quiere ser visible, en el contexto de la sociedad victoriana. Incluso hoy, aún no nos hemos desprendido de esa carga estática de la Historia que estigmatiza a aquellas mujeres para las que la soledad no parece ser nunca una elección, sino un destino, una condena, una cruz.» Marta Sanz