El río

La narradora de este libro se propone seguir el trazado del río Lea, en Londres, y cada día llega un poco más lejos, aferrándose a su orilla como si fuera la cuerda de la que sujetarse al cruzar una estrecha pasarela sobre el vacío. El Lea es un pequeño río poblado de cisnes que bordea la metrópoli y sus historias marginadas, se divide en brazos minúsculos que se extienden hacia los prados y las pantanosas espesuras, se oculta bajo otros nombres a lo largo de algunos kilómetros y, finalmente, entre fábricas y autopistas, se vierte en el Támesis.

Ella accede al Lea desde el este de Londres, donde se acaba de instalar de forma provisional tras romper con su vida anterior. Se aloja en un piso en el que convive con las cajas de la mudanza sin desembalar, un lugar cualquiera en el que pretende depositar su vida de un modo transitorio mientras se despide de la ciudad.

Ese mundo intermedio que no es ni campo ni ciudad, esos terrenos estériles que transita se convierten ante su mirada, capaz de apreciar lo que otros ni siquiera ven, en fuente de reflexión, misterio y maravilla. Hondonadas, marismas, juncales, avefrías, alisedas, terraplenes ferroviarios, estuarios, garzas, maleza, descampados, rosales silvestres, embarcaderos, esclusas: todo tiene su papel en un paisaje cuyas claves se le van desvelando poco a poco y todo tiene, además, la capacidad de convocar los recuerdos de su infancia, a orillas del Rin. Lleva consigo una cámara con la que retrata hallazgos fortuitos, fotos que, como los territorios que recorre, siempre le deparan sorpresas en el revelado.

Llena de meandros, ramificaciones y afluentes, su memoria recupera las historias de otros ríos que asimismo ha recorrido –el Ganges, en la India; el Óder, en Polonia; el Tisza, en Hungría; el Nahal Ha Yarkon, en Tel Aviv; el San Lorenzo, en Quebec–, historias que recrea con una profunda sensibilidad a la hora de relatar los avatares de su naturaleza y sus habitantes.

En este río de Kinsky también hay un acercamiento muy original a la gran ciudad, un Londres migrante visto desde la periferia, y un talento singular para especular sobre la vida de los objetos olvidados y trazar sus genealogías emocionales. La autora consigue así transformar el río y lo que ocurre a su alrededor en un lenguaje pleno de vida.

Leído en la prensa

«Escrito con un estilo a la vez preciso y onírico, El río es un gran libro sobre la erradicación del paisaje.» Christine Lecerf, Le Monde

«Kinsky es también poeta y traductora, circunstancias que determinan por completo su modo preciso y precioso de narrar; su prosa poética y pictórica, llena de imágenes que invitan al recuerdo hace el resto.» Javier García Recio, La Opinión de Málaga

«Poblado de paisajes meditativos y descriptivos, y de lirismo, El río de Kinsky se desarrrolla en un ritmo cadencioso y tierno (…). Resulta, a la vez, una hermosa exploración de los vínculos inquebrantables de la memoria con el entorno natural. Es culta pero, al contrario de lo que sucede con Sebald, no presume de erudita (…). Una prosa rítmica delicadamente volcada en los detalles y las descripciones; una narrativa serpenteante.» Luis M. Alonso, La Nueva España

«Con la conciencia despierta, Kinsky examina lo que ocurre en las zonas periféricas de nuestra percepción, lejos de las grandes ciudades y de los caminos trillados.» Susanne Mayer, Die Zeit

«Magnífico. Al igual que en la obra de W. G. Sebald, Kinsky reconstruye el pasado a través de los paisajes: para ella, un río es un reservorio líquido de historias.» The New Yorker

Otros libros de Esther Kinsky en Periférica:

«Dos grandes fuerzas vertebran Arboleda, que se lee como un intenso poema de la tierra y de los muertos en el que los escenarios del adiós conviven con los teatros donde la vida se renueva constantemente, poderes ambos que este honesto libro concilia con formidable exigencia en su retrato de un viaje de invierno.» Ricardo Menéndez Salmón, La Nueva España

«Narrada con una prosa excepcional, Arboleda quizá recuerde a algunos lectores la obra de W. G. Sebald y Peter Handke. Sin embargo, hay algo que diferencia a Kinsky de ambos, una sensualidad y una capacidad evocativa enormes.» Patricio Pron, El País

«En Rombo, Kinsky muestra las texturas de un mundo en su formación y su trágica destrucción, nos acerca al propio y lento despliegue de la vida con una potencia orquestal, entonada, en una suerte de sobrevuelo privilegiado y poético que requiere atención y paciencia.» Ernesto Calabuig, La Lectura

 

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