La pelirroja

La Pelirroja, publicada por primera vez en 1878, cuenta la fascinante historia de una joven, hija de un enterrador, víctima de sus deseos de amor, prosperidad y pasiones. Es, sin duda, una de las novelas más singulares y atrevidas, por su contenido erótico y su crítica social, de la literatura portuguesa del XIX, y fue la primera obra maestra, inédita en español hasta hoy, de Fialho de Almeida, cuyos libros producían en Fernando Pessoa, según nos cuenta en el Libro del desasosiego, «un placer intangible».

Algunos críticos consideran a Fialho el Dickens portugués, otros el reverso de Eça de Queiroz, y todos el mejor retratista de la Lisboa popular. Desde niño, antes de estudiar Medicina, trabajó en una mísera botica, en la que pasó día y noche, durmiendo sobre una tabla. Allí conoció a muchos de los personajes recreados en estas páginas. La Pelirroja ha sido definida, al ser rescatada en Portugal recientemente por la prestigiosa editorial Assírio & Alvim, como parte de una «histología social» similar a la que desarrollaría más tarde en sus novelas el también médico y escritor Louis-Ferdinand Céline.

En El País

UN PORTUGUÉS VALIENTE, Por Miguel Bayón

José Valentim Fialho de Almeida (1857-1911) es eso que en toda literatura se conoce como un raro. Fue portugués, de cuna rural, vivencias inequívocamente lisboetas y literatura cosmopolita. Su existencia consistió en una constante lucha contra la miseria y en una apasionada relación con la bohemia, el lado mefítico de las cosas, la necesidad de que en el mundo lata la ternura. La interpretación más freudiana de su universo literario le vincula con una infancia de mancebo de farmacia y noches pasadas estirado o encogido en un tablón, pero sobre todo una infancia repleta de gentes nimbadas por la pobreza, que se le ponían incesantemente delante.

En Portugal es un nombre que suena a todo el familiarizado con la literatura, pero el tiempo le ha privado de lectores. Un poco como sucede con escritores como Afonso Duarte o Faure da Rosa. Tiempo hubo en la vida de Fialho en que su libro “Os gatos” formaba parte de los estudios escolares.  También alcanzó repercusión “O país das uvas”. “A ruiva” (“La pelirroja”) apareció en una revista en 1878, y le retrata perfectamente como alguien a caballo de la tradición y la modernidad.

El estilo de esta obra de juventud es ya muy suyo: siempre veloz, inesperado; lo impulsa una compasión afilada. Es sobre todo la historia de una muchacha empapada de miseria, crecida en ambiente de sepulturas y vinazo, y también la historia de su enamorado, con más oportunidades de sobrevivir simplemente porque es hombre, y varias historias de personajes sórdidos, de alcahuetas y pendencieros. Fialho narra tanto a lo postromántico como con morbosidad modernista, pero nunca renuncia, en su deriva casi esperpéntica, al naturalismo, incluso al determinismo social. Con una maestría insólita: le casan los altos vuelos con el fogonazo chabacano. En estas páginas no se elude la tensión erótica, la explotación y la esperanza que acarrea el sexo en una sociedad hipócrita y corrupta; la pintura de la degradación de los pobres y el contraste con el escaparate de los ricos nunca es demagógica, sólo irrebatible.

Con Fialho, estamos lejos de la ironía límpida de un Eça de Queiroz, pero no tanto de esa apelación a que el espíritu redima de la ruina. Estamos lejos del arrebato sentimental de Camilo Castelo Branco, pero no tanto de ese mirar cara a cara la fatalidad. Fialho, visto ahora, fue un precursor de muchas cosas; pero leído lo más directamente posible, obviando en lo posible los datos retrospectivos, nos impregna del encanto del coraje, de la imperfección, del escribir como ahora ya no se quiere escribir: en la cuerda floja.