Niño parabólico

Hay libros que tienen un argumento que cabe en tres o cuatro frases comunicables y claras; hay otros, en cambio, que, como tratan de dialogar de tú a tú con la vida, son imponderables. Por eso pueden irse por las ramas, como hace este Niño parabólico, y ponerse a hablar de un tomate impreso en 3D, de la tumba de Goya, de los atardeceres de Madrid en el parque del Oeste, de las virtudes del Pandorino frente al Bollycao, de la búsqueda del auténtico brandy o del perro de Vicente Aleixandre para hablarnos, en realidad, del amor, de la concepción del tiempo, del valor de lo gratuito, de la vida en la gran ciudad, concretamente Madrid, de la pureza, del papel de la cultura en nuestra existencia, de las razones para escribir o de las relaciones que establecemos con los bienes materiales.

Niño parabólico tiene el pulso existencial de esos libros que sólo pueden escribirse en la mitad de la vida, una novela sostenida por un sentido del humor, un entusiasmo, unas dotes de observación, una exactitud y un aliento poético deslumbrantes. Las ideas y las hipótesis audaces proliferan en esta novela –tan frenética como reflexiva, tan disparatada como tierna–, y proponen una lectura del mundo que oscila entre el vitalismo a ultranza, la hondura filosófica y los momentos desternillantes. Un acercamiento casi expe­rimental a lo más cotidiano en el que bajar al supermercado puede convertirse en una experiencia reveladora.

Leído en la prensa

«Constantino Molina es un secreto literario revelado también en El canto de la perdiz roja en interior, diario de la vuelta al origen, la extrañeza, la ironía y el daño.» Antonio Lucas