¿Me escribirás?

¿Me escribirás? Pocas cosas dan más vértigo que una página en blanco. Enfrentarse a ella es, en cierta forma, mirar hacia dentro. Pensar un poco. Pensar mucho. Dejar vagar la vista por la nada. Es también abrir la ventana y encender un cigarrillo mientras se pasea, errática, la vista por el cielo durante ésa, bellamente llamada, hora azul; o tomar el último té o café del día. ¿Es acaso ella, la página, la que nos interroga? ¿La escribiremos? Es, tal vez, alguien en la distancia, algún ausente, quien nos insta desde su silencio a ser escritos. ¿Quién está detrás de una página en blanco? ¿Quién se oculta tras esa nitidez de papel reclamando palabras? Nos delata siempre ese «enfrentamiento». Nos interpela esa página, nos invita sutilmente a decidir, a acotar qué parte de nosotros vamos a revelar, y desde su dignísimo mutismo parece imponer algunas reflexiones básicas, que exigen un código, que cuestionan la verdad y la ficción: ¿mentirás?, ¿confesarás?, ¿exagerarás?, ¿serás capaz? Desde su augusta indiferencia, la página en blanco abre todas las puertas y nos abisma en el, quizá, despiadado instante de lucha mental, el primero de todos, en el que decidimos, tras mil vueltas, las que deberían ser unas primeras y milagrosas palabras.